Autor: Roberto L. Blanco Valdés
21/1/2011
La decisión del Senado de celebrar sus plenos en las lenguas regionales, además de en castellano, muestra, a quienes tuvieran aún alguna duda, cuál es el auténtico proyecto lingüístico que los nacionalismos impulsan en España: monolingüismo en las comunidades autónomas y traducción simultánea en el resto. Esos son, con claridad, los dos grandes pilares de un proyecto que parte de un ensueño para negar la más evidente realidad.
El ensueño es que en las regiones españolas donde existen lenguas vernáculas estas deben ser ?aunque de hecho no lo sean en ninguna? las únicas de uso cotidiano y oficial. Y ello porque, según los nacionalistas, la presencia del castellano resulta en tales territorios una enfermedad que ha de curarse con esa operación de ingeniería social que el nacionalismo llama, desde hace mucho, normalización lingüística.
Tal ensueño ?origen de flagrantes violaciones, no solo de la Constitución, sino también de los derechos de cientos de miles de personas? conduce a negar una realidad que puede comprobarse en toda España, de norte a sur y de este a oeste: que, por fortuna, las lenguas regionales conviven en armonía con la lengua común en la que todos podemos entendernos.
Y es que España no es Bélgica, donde existen cuatro regiones lingüísticas aisladas (las de lengua holandesa, francesa y alemana y la bilingüe en Bruselas capital) y donde, por ese motivo, soportan desde la fundación del país en 1830 un gravísimo problema. En España no lo tenemos, pero el proyecto de los nacionalistas ?un puro disparate? es que terminemos teniéndolo, es decir, que acabemos siendo Bélgica.
Sin embargo, tal disparate resultaría tan solo algo pintoresco de no ser porque la actual dirección del Partido Socialista ha decidido asumirlo plenamente, transformando así en un hecho lo que el exiguo porcentaje de escaños de los grupos nacionalistas en las Cortes convertía en imposible. El giro radical de Zapatero ?al que se opone lo poco que queda del antiguo PSOE (Guerra o Bono), con el que nos identificábamos los que criticamos ahora al actual? no conseguirá, sin embargo, que los nacionalistas se sientan satisfechos.
Su inmediata, y previsible, exigencia de que lo decidido para el Senado se extienda ya al Congreso ?rechazada por el Partido Popular y por los mismos socialistas que votaron a favor en la otra Cámara?, pone de relieve no solo el increíble oportunismo de estos últimos, sino que el nacionalismo no parará hasta que consiga belgificar España, convirtiendo en cuatrilingües todas sus instituciones. Algo que hoy parece tan disparatado como lo parecía no hace nada que en nuestro Senado hablasen con traducción simultánea personas que tienen la inmensa fortuna de poseer una lengua común en la que entenderse.
21/1/2011
La decisión del Senado de celebrar sus plenos en las lenguas regionales, además de en castellano, muestra, a quienes tuvieran aún alguna duda, cuál es el auténtico proyecto lingüístico que los nacionalismos impulsan en España: monolingüismo en las comunidades autónomas y traducción simultánea en el resto. Esos son, con claridad, los dos grandes pilares de un proyecto que parte de un ensueño para negar la más evidente realidad.
El ensueño es que en las regiones españolas donde existen lenguas vernáculas estas deben ser ?aunque de hecho no lo sean en ninguna? las únicas de uso cotidiano y oficial. Y ello porque, según los nacionalistas, la presencia del castellano resulta en tales territorios una enfermedad que ha de curarse con esa operación de ingeniería social que el nacionalismo llama, desde hace mucho, normalización lingüística.
Tal ensueño ?origen de flagrantes violaciones, no solo de la Constitución, sino también de los derechos de cientos de miles de personas? conduce a negar una realidad que puede comprobarse en toda España, de norte a sur y de este a oeste: que, por fortuna, las lenguas regionales conviven en armonía con la lengua común en la que todos podemos entendernos.
Y es que España no es Bélgica, donde existen cuatro regiones lingüísticas aisladas (las de lengua holandesa, francesa y alemana y la bilingüe en Bruselas capital) y donde, por ese motivo, soportan desde la fundación del país en 1830 un gravísimo problema. En España no lo tenemos, pero el proyecto de los nacionalistas ?un puro disparate? es que terminemos teniéndolo, es decir, que acabemos siendo Bélgica.
Sin embargo, tal disparate resultaría tan solo algo pintoresco de no ser porque la actual dirección del Partido Socialista ha decidido asumirlo plenamente, transformando así en un hecho lo que el exiguo porcentaje de escaños de los grupos nacionalistas en las Cortes convertía en imposible. El giro radical de Zapatero ?al que se opone lo poco que queda del antiguo PSOE (Guerra o Bono), con el que nos identificábamos los que criticamos ahora al actual? no conseguirá, sin embargo, que los nacionalistas se sientan satisfechos.
Su inmediata, y previsible, exigencia de que lo decidido para el Senado se extienda ya al Congreso ?rechazada por el Partido Popular y por los mismos socialistas que votaron a favor en la otra Cámara?, pone de relieve no solo el increíble oportunismo de estos últimos, sino que el nacionalismo no parará hasta que consiga belgificar España, convirtiendo en cuatrilingües todas sus instituciones. Algo que hoy parece tan disparatado como lo parecía no hace nada que en nuestro Senado hablasen con traducción simultánea personas que tienen la inmensa fortuna de poseer una lengua común en la que entenderse.